En la entrega anterior comenzamos una discusión sobre la historia de las guerras y de las intervenciones extranjeras de los Estados Unidos, preguntándonos si el poder militar de este país es lo que sustenta su hegemonía. Vimos que la historia armada de los Estados Unidos ha estado bien sazonada por derrotas desde su fundación. Habiendo nacido débil y dependiente de otras naciones, el país fue poco a poco adquiriendo experiencia y fortificando su plantel militar, hasta que logró convertirse en un poder que fue capaz de competir con las grandes potencias europeas del siglo XIX y finalmente derrotarlas en las guerras mundiales del siglo XX para establecer un nuevo orden mundial.
Nuestra tesis la semana pasada fue que a pesar de que Estados Unidos desarrolló una veta belicista y un poder militar de importancia durante sus primeros ciento cincuenta años de existencia, pronto se topó con dos obstáculos que desdentaron y emascularon ese poder. El primero era la misma constitución liberal del país, que limitaba el estado a la función de proteger las libertades individuales, lo cual contradecía y controlaba el afán totalitario que tiene que ver con la dominación y la conquista. El segundo obstáculo era el modelo internacional impulsado por los Estados Unidos al finalizar la segunda guerra mundial, que consistía en el establecimiento de un marco legal e institucional para formalizar las relaciones entre países y evitar las aventuras bélicas. A pesar de esto, lo que prometía ser un futuro de paz y desarrollo pronto se convertió en una pesadilla, en la que los Estados Unidos se irguieron como hegemón sostenido por sus fuerzas armadas.
Ahora estoy sentado en la terraza soleada de una casa en el sur de la Florida, viendo la puesta del sol en un silencio que se rompe por el crujido que hacen las palmeras cuando se mecen perezosamente. A primera vista, esta escena nada tiene que ver con las guerras americanas del siglo XX, pero sirven como metáfora. Las ciudades del interior del condado de Broward son pequeños paraísos emanados directamente del sueño americano. Estamos hablando de suburbios enormes de casas unifamiliares, con jardincitos verdes y buen cuidados, muchos con sus piscinas, y todos rodeados de canales de agua surcados por canoas y veleros. Niños de todas las razas juegan en las calles bajo la mirada atenta de sus preocupados padres. Por las anchas y enarboladas avenidas transitan automóviles modernos e inmaculados de un sitio a otro, concentrándose en centros comerciales, hospitales, iglesias, y parques, y más allá en autopistas enormes que surcan el paisaje en todas direcciones. Estas ciudades del interior del condado colindan al norte con el parque nacional de los Everglades, un pantano enorme que sirve de desague del lago Okeechogee cientos de millas al norte. Para mantener una civilización suburbana en la frontera de ese paraíso salvaje se han requerido inversiones milmillonarias en infraestructura y mantenimiento que constantemente mantienen a la naturaleza al margen Son kilómetros de desagues, bombas y diques en su mayor parte escondidos, pero a veces visibles y desnudos que subrayan y acentúan la artificialidad del paisaje. La convivencia de lo humano de lo natural se rompe también con las incursiones de los turistas a los pantanos, y las invasiones de cocodrilos y serpientes a las urbanizaciones.
Finalizada la segunda guerra Mundial, Estados Unidos se irguió como el líder indiscutido de occidente. Pero la civilización occidental no era total, y limitaba en cientos de fronteras con el mundo socialista. Así como en el esquema suburbano a la naturaleza hay que mantenerla a raya, en la visión occidental se vio como necesario contener al socialismo a su base geográfica establecida. En ese momento no se quería una guerra y la conquista total de la esfera soviética que eso implicaba. Más bien, sólo se quería asegurar el espacio físico de occidente. Claro, si poco a poco se ganaba territorio para el bando americano, eso bienvenido era (así como de vez en cuando y de manera sigilosa terrenos de los Everglades han sido urbanizados o utilizados para propósitos industriales, por ejemplo). En fin, bajo el marco legal e institucional que tenía a las Naciones Unidas como cabeza visible, el mundo se enrumbó en un conflicto estratégico que era una especie de meta-guerra, en la que los americanos y los soviéticos se concentraron en mantener un equilibrio dinámico y tenso entre los dos bandos por utilizando el rearme, la propaganda, el poder económico y hasta enviando a la guerra a satélites pequeños y miserables.
Fue así como durante la guerra fría el poder militar estadounidense creció a límites inéditos. Esos fueron años en los que el afán belicista de unos cuantos justificaba aventuras armadas por la imperiosidad de mantener occidente a salvo, y las fuerzas militares americanas, en simbiosis con el empresariado (y no sólo el bélico) se convirtió de facto en un nuevo poder del estado en algunos casos independiente de los otros poderes públicos. No es casualidad que después de la segunda guerra mundial el congreso americano no volviera a declarar guerras. Estas, en cambio, eran ejecutadas de facto por un poder ejecutivo amparado en el interés sacrosanto y secreto de la seguridad nacional. Fueron estas guerras no declaradas las que erigieron a Estados Unidos como el gran villano para tantos comentaristas e historiadores. Vistas per se, eran guerras injustas, injustificadas, y contrarias al espíritu liberal americano y a los propósitos de las Naciones Unidas: Corea, Vietnam, América Central, fueron tres entre tantas otras intervenciones. Esto por una parte. Por otra, existía también una convicción que de no hacer estas guerras no se podría contener a un universo soviético que era también ambicioso y estaba en expansión, y en contradicción absoluta con occidente.
Si bien occidente ganó la guerra fría, el consenso apunta a que ésta se ganó porque el sistema socialista no era sustentable, y dependía de la destrucción de su capital, lo que eventualmente causó la implosión natural de la Unión Soviética y de sus satélites. Quizás las aventuras militares de la guerra fría fueron efectivas poniéndole coto a las ambiciones expansionistas soviéticas y quizás aceleraron el proceso de descomposición socialista. Pero también puede ser que hayan sido una pérdida inútil de vidas, tiempo, y enormes cantidades de dinero.
Pero volvamos a nuestro punto, que es el tema de este artículo. Lo curioso de todo esto es que los Estados Unidos sólo acumularon fracasos bélicos durante la guerra fría. De un armisticio en Corea a un fracaso rotundo y humillante en Vietnam, todo el poder militar de la civilización más poderosa de la historia sólo sirvió, cuando sirvió, como herramienta diplomática y económica. En los campos de batalla del sureste de Asia, de América Central y de Iraq, la fuerza militar americana se mostró impotente. Llegaba con explosiones y ceremonia, y si no ganaba en un par de días contra fuerzas irrisorias (como en Panamá o en Grenada), perdía el apoyo político y se terminaba retirando con el rabo entre las piernas. En cambio, Estados Unidos sólo ha triunfado cuando lo militar es subordinado a lo civil, es decir, cuando se ha hecho un trabajo administrativo y diplomático de proporciones mayores, como en Japón, Alemania Occidental, Bosnia, Corea del Sur, y Kuwait.
Yo creo que el poder militar americano sólo sirve a estas alturas como agente disuasivo. A fin de cuentas estamos hablando de un país multinacional muy grande, con una cultura diversa, olvidadiza e indisciplinada a la que le cuesta mantener esfuerzos armados ofensivos a largo plazo, y que le pierde el gusto a la cosa cuando comienza a acumular víctimas. El gasto militar continúa enorme, la virtud marcial todavía es central en el imaginario colectivo, y de vez en cuando los factores políticos se alínean en posiciones que arrojan ejércitos estadounidenses en otros países. Pero despues de considerarlo todo,se me hace difícil creer que el giro neoliberal que ha dado el mundo en los últimos veinte años se ha debido al poderío militar de los Estados Unidos. En cambio, creo que tiene más que ver con la virtud de la idea liberal, y el desarrollo económico y político que su desatea aplicación donde ésta se arraige. Para darse cuenta de esto sólo hay que viajar, por ejemplo a Chile, a la India, a Brasil, y a China.